SUMERGIDA EN LA AVENTURA DE LAS LETRAS

Amigas y amigos de la vida:

Cada vez valoro más la jubilación respecto de la mayor cantidad de tiempo disponible. Que en general aprovecho para leer. Tal vez ya les haya confesado que soy una devoradora de libros. Y si bien siempre me las ingenié para hacerlo, ahora la lectura fluye mejor…

Tuve la suerte de compartir, desde noviembre del año pasado, más de un café y varias charlas con escritores de mi provincia (Salta), con quienes intercambiamos textos. Es imposible que me ponga en crítica en el sentido de tomar uno por uno de ellos y comentarlo, por una cuestión, sobre todo, de falta de experticia. Sin embargo, no quiero demorar más mi idea general sobre los que leí, ya que al terminarlos me quedé con la sensación de que, aunque residamos en el mismo lugar y compartamos más o menos la misma cultura, las mismas noticias, las mismas empanadas, cada uno de nosotros posee su particular mirada y sus particulares intereses y ello es altamente enriquecedor.

Empecé con “Salta, la ciudad, el campo y sus lectores”, de Raquel Espinosa (Edit. Hanne, 2020), básicamente una serie de 25 artículos, divididos entre la Ciudad y el Campo. Variados e interesantes si los hay. La novedad es que allí encontré una referencia a la novela “Esteco, la ciudad imposible” (Edit. Hanne, 2017 y 2023), de la escritora Sonia María Diez Gómez, amiga de la niñez para más datos. ¡Y allí mismo me metí en ella, ansiosa y expectante! Esteco fue, percibo, como un intento de ciudad, como esas cosas mágicas que surgen en un espacio-tiempo y se desvanecen permanentemente, pero nos dejan llenos de preguntas y conjeturas, sobre todo cuando la obra se trabajó combinando tiempos y lugares del presente y el pasado, la ficción onírica y la realidad…. Una novela para leer y degustar a fondo. Rescato el epígrafe de nuestro Manuel J. Castilla: “Voy ahora pisando tu memoria enterrada, Esteco, recorriendo tu olvido polvoso, tu savia seca, ardiente todavía.” ¡No sé ustedes, pero yo siento un temblor interno con estos versos! Y me pregunto: este paraíso perdido… ¿lo encontraremos otra vez?

Vuelvo a Raquel Espinosa: de la obra referida tomo su figura del caminante, que recorre la rica geografía de Salta, sus tiempos y sus complejidades, hasta que me maravillo al entender que nosotros, los lectores, de la mano de la autora nos convertimos en caminantes… Entonces me detengo y pienso: ¿qué es la vida sino una larga caminata, a veces tranquila, a veces anfractuosa, muchas veces dolorosa aunque, tantas otras, serena y cristalina? 

En verdad, disfruté la experiencia que estas dos obras me dejaron.

Luego le tocó el turno al escritor, economista y docente Eduardo Antonelli, con sus “Reflexiones con humor” (Edit. Juana Manuela, 2023), libro que, como todo otro que se precie del manejo del humor, me hizo sonreír, reír y desternillarme de risa según los temas. Entiendo que el humor es un don de las personas inteligentes o, mejor dicho, emocionalmente inteligentes, quienes encuentran la chispa ridícula de las situaciones, juegan con la semántica de una manera sorprendente y, sí, aquí lo importante es que rescatan la materia dichosa de la risa porque es saludable. La risa, además, guarda  íntima sabiduría. Por ejemplo, en su página 79, el autor revela: “Más que el Intelligent Quotient (IQ)=100, el estándar de inteligencia debería ser aquél que le permite al individuo reconocer sus limitaciones.” Este es otro libro recomendable.

Llegó entonces a mis manos “El Artista” (Ediciones Artesanales del Duende, 2023), poemario de Luis Raúl (Lucho) Ponce. Le pregunté en su momento si se trataba de coplas y me enseñó que es poesía gauchesca. Diré que me deleitó mucho, justamente por la musicalidad de ese tipo de poesía, que es considerada como de protesta y crítica social (lo que sí detecté en ella). Me encantó la división del libro en partes, sobre todo Canto a la Pachamama, Canto a la América Morena y Canto a la Esperanza. Y como irredenta güemesiana, permítanme transcribir para ustedes una de las estrofas (página 15):

Por fin, llego a la muy premiada autora infantil, Mónica Rivelli, quien me obsequió “Aguatuya” (Nueva Generación, 2023), obra de teatro donde niños dramatizan un cuento que muestra cómo los animalitos defienden su ambiente. Lo mismo diré de “Lobito por el camino” (Crivelli Editores, 2021), novela que sigue las aventuras del perro Lobito, la cual nos lleva con el Jesús en la boca hasta su desenlace. Renglones que suscitaron alternativamente mis sonrisas, tristeza, ternura… Aprecié el detalle de que cada capítulo es considerado como una “Huella” (pensé que nuestra vida, como la de Lobito, también consta de interminable sucesión de huellas). Por fin leí “Melodías del viento” (Secretaría de Cultura de la Provincia de Salta, 2011), obra de teatro que obtuviera el primer premio de Literatura Infanto-Juvenil (Teatro) “Oscar Montenegro” 2010 en nuestra provincia. Compartiendo conceptos de Beatriz Sosa, prologuista de este texto, percibo también “la tensión de mentalidades en una cada vez más cambiante comunidad regional -la de Cachi u otra del Valle Calchaquí…” (página 9). Este concepto me lleva a concluir que, en verdad, el mundo está lleno de tensiones, a punto tal que a veces ya no lo reconocemos. Dice Braulio (página 32): “No siempre se hace lo que se quiere, sino lo que se puede”, a lo que Chelo responde: “¡Eso pensás vos! Pero yo en cuanto pueda me las tomo de este pueblo de viento blanco y de viejas chismosas. Todo pasa y no pasa nada al mismo tiempo”. 

De ese modo, las tres obras de Moni Moni, como se conoce a Mónica Rivelli, me describieron un mundo sobre el cual también interpelarme… Es decir, todas las obras que acabo de nombrar me dejaron pensando. Y ahí es donde encuentro su íntimo valor, aquel pedacito de ilusión y de conocimiento que cada libro debiera dejar en el alma de los lectores.

A continuación, relataré otro paso en esta historia de lecturas. No tengo el placer de conocer al escritor Carlos Jesús Maita, también salteño. Sólo leí hace muchos años un ensayo suyo sobre el soneto, el cual obtuviera el primer premio provincial de literatura en dicha categoría (2005). Y ahora, publicado junto con “Melodías del Viento”, de Moni Moni -como puede verse en el video de inicio-, llegó a mí su primer premio provincial en categoría cuento, la hermosa obra “Fábulas para esculpir en un corazón de piedra”. Ni qué decir que admiro un montón a quienes pueden escribir para niños, no sólo con la inocencia propia de ellos sino también con la penetración psicológica necesaria para llegar con las mejores ideas y los mejores sentimientos a esa dinámica franja de lectores. Que, por supuesto, incluye a los adolescentes. 

Las doce fábulas que integran este libro se refieren a “los niños superhéroes que trabajan para ganarse el pan” (página 7) y guardan la magia de las palabras del abuelo del escritor: “Las historias deben ser verdaderas en sí mismas…, aunque sólo se trate de una fábula. Ella dejará el destello de una buena enseñanza./ -¿Y si no quisieran oírla?- pregunté./ -Ah, no hay corazón de piedra sobre el cual no se pueda esculpir la belleza” (página 11). Al igual que los libros que mencioné antes, también disfruté mucho de éste. 

Lo curioso es que, en la solapa de la publicación, Maita confiesa: “Este libro tiene mis vivencias, las historias orales de mis padres, de mis abuelos y mis vecinos, el espíritu de la naturaleza de mi pueblo donde pasé mi infancia jugando, liderando aventuras. Todo lo quisiera compartir con ustedes.” Y siento que los seis escritores que cité aquí nos regalan en sus obras básicamente lo mismo: sus experiencias, sus sueños, su amor por la vida, la naturaleza y las personas, sus intereses y conocimientos -que nos hacen saber al compartirlos generosamente- y el sabor de sus aventuras -que seguramente nos recuerden a las nuestras-… Desde mi corazón, una gratitud inmensa a todos ellos.

Y hasta la próxima, si Dios quiere.


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