En ocasión de la celebración de los 132 años del nacimiento de Alfonsina Storni, comienzo este ciclo de historias con el deseo de que mis lectores conozcan la vida de esta eterna poeta que me ha acompañado desde que tengo memoria.
El 24 de mayo de 2024, mi abuela Pancha habría cumplido 132 años… ¡Igual que Alfonsina Storni! Mi amada abuela nació en Baños de Valdearados, Burgos, España, cinco días antes que mi amada poeta, quien viera la luz de este mundo el 29 de mayo de 1892, en Sala Capriasca, Suiza. Al momento de sus nacimientos, las separaban sólo unos 1.600 kilómetros.

La joven Alfonsina Storni – Fuente: Biblioteca Virtual Cervantes
Alfonsina fue mi primera madre literaria (la segunda fue la inmensa poeta y escritora salteña Hicha Martorell), y se trasladó con su familia a vivir en Argentina en el año 1896, anclando en la provincia de San Juan, donde ya sus padres habían vivido con los dos hijitos mayores (A. fue tercera hija). Por su parte, mi abuela, casada y en compañía de mi abuelo, se vino a vivir en este país en 1912, aunque la querida pareja española enfiló hacia el norte del país, instalándose en Cafayate, provincia de Salta. Por supuesto, estas comparaciones (que considero importantes en mi vida y hago con frecuencia con mis relaciones) sólo pude verlas con los años, cuando ya abuela Pancha había muerto y era otro gran dolor en mi vida…
De hecho, siempre creí que mi primer contacto con Alfonsina se había producido gracias a mi madre, pero veo que la vida había hecho antes otra cosa…

La casa en Capriasca, Ticino, donde nació Alfonsina.
Foto de la colección personal de Alejandro Storni
Mi primera poesía
Escribí mi primera poesía a los 8 años, en la escuela. La directora me alentó a seguir haciéndolo y, siendo tan obediente, le hice caso, de manera que a los 10 ya había llenado varios cuadernos escolares con mi letra infantil, en forma de versos… No recuerdo o no sé por qué motivo fue en esa época que comenzó esta maravillosa aventura que voy a contarles (aunque se viene a mi cabeza el nombre de Holver Martínez Borelli, otro gran poeta de la época y tal vez en otro momento relate esa anécdota).
A los 10 ya había llenado varios
cuadernos escolares con mi letra infantil
en forma de versos…

Fotografía de la colección de la Familia Herrero – Cafayate, Salta,
casa de la abuela Pancha, 6 de enero de 1969.
¿Adivinas cuál soy yo?
Mis primeras lecturas de Alfonsina
Siendo la hermana mayor, a los 10 años empecé a ir a la escuela por la mañana, mientras los 4 hermanitos menores seguían yendo por la tarde… En esa época, mi mami ya era solamente ama de casa. Una vez que volvía de dejar a la prole en el colegio, entraba en su espacioso lavadero y ponía la ropa de la familia en dos lavadoras; yo, que ya traía los deberes de quinto grado hechos desde la escuela (pequeña travesura que me dejaba todo el tiempo doméstico para leer, jugar y ver la media hora diaria permitida de televisión), estaba libre. Allí iniciamos una costumbre fabulosa que duró todo ese año: subíamos y nos tirábamos en mi cama, lado a lado, a leer libros de poesía de Alfonsina a la hora de la siesta. En casa había dos bibliotecas siempre surtidas y la poesía era una de las preferencias parentales.
La inquietud del rosal
El rosal en su inquieto modo de florecer
va quemando la savia que alimenta su ser.
¡Fijaos en las rosas que caen del rosal:
tantas son que la planta morirá de este mal!
El rosal no es adulto y su vida impaciente
se consume al dar flores precipitadamente.
Alfonsina Storni, 1916
Solíamos leer una hora o más, calculo, a los diez añitos eso no importaba. Lo que hoy sé, porque me acuerdo de la felicidad que tal actividad me producía, es que la poesía me unió a Alfonsina, al mismo tiempo que me unía al corazón creativo de mi amadísima mamita.

Alfonsina con su hermano, Hildo Alberto, nacido en Argentina en 1898.
Foto de la colección personal de Alejandro Storni
Ya mayorcita, entendí por qué la maravillosa rebeldía de A., puesta en métricas y rimas perfectas, me atraía tanto: resulté ser rebelde como ella. Desde pequeña me indignaban las que yo percibía como injusticias, en primer lugar las cometidas contra las mujeres; después vinieron el dolor por las guerras, por todas las hambres del mundo, por todas aquellas cosas que destruyen a las personas en cuerpo o alma… Y si bien mi lucha fue y es diferente a la de ella, me quedé adherida a su vida y a su literatura. De hecho, hasta el día de hoy me es más familiar la forma del soneto, seguramente contagiada de la poeta.
La ciencia sabe ahora que los recuerdos no quedan anquilosados en la memoria, sino que reviven como presente cuando, precisamente, recordamos. He sido inmensamente feliz escribiendo este texto y agradezco a Dios por haberme impulsado a escribirlo. Amigos queridos, nos vemos pronto de nuevo.
FOTO DE VIOLETA HERRERO – ISIDORO ZANG, SALTA
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