El viernes 12 de enero de 2024 se llevó a cabo la presentación del libro de Indiana Hanne, Memorias de un duelo eterno, en la Sala Mecano de la Casa de la Cultura de Salta, que estuvo llena de amigos. Inició el acto el editor, Víctor Manuel Hanne, padre de la autora. Siguió David Slodky, quien estuviera a cargo del prólogo de la obra; luego, yo misma -su epiloguista- y, por fin, la autora.
El libro es un homenaje a la memoria de Mateo, único hijito de Indiana, fallecido tiempo atrás, a los 6 años. Las palabras de Víctor -con quien me une la amistad desde 1991, cuando él publicó mi primer libro- me emocionaron mucho, igual que las que pudo decir Indiana, manejando valientemente sus lágrimas. El público guardó ese respetuoso silencio propio de los momentos más sensibles de nuestra humanidad. Al término del hermoso encuentro, se intercambiaron abrazos, besos y palabras de cariño. Y los presentadores invitaron a disfrutar de un brindis con cosas deliciosas, como para que no olvidemos que, tras el dolor y pese al dolor, la vida continúa hacia adelante y el amor y la amistad son los pilares donde todos encontramos sostén cuando lo necesitamos.
Estoy muy agradecida a mis amigos Hanne por haberme incluido en su evento, y a la Vida, que constantemente está ofreciendo momentos de profundidad espiritual, o sea, de felicidad.
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Para tentarlos a la lectura del libro, va a continuación el epílogo.
EPÍLOGO A
MEMORIAS DE UN DUELO ETERNO
Tuve el gusto de conocer a la autora de esta obra hace varios años; me la presentó Víctor, su padre, en una época en que él me editaba un libro. Sin embargo, ante la lectura del texto que comento, me atrevo a decir que recién empiezo a conocerla. Siento un conmovido agradecimiento por la oferta de cerrar su primer libro, porque acabo de encontrarme con una persona muy especial. Y las personas especiales que cruzan por nuestra vida, son un hermoso regalo de Dios. O del Universo (para mí es igual).
El texto, sólido y profundo, merece una primera referencia. Muy bien escrito, es creativo, original, conmovedor… pero atractivo. Consta de varios capítulos breves en prosa y de algunas poesías. Lo percibo pleno de cierta energía capaz de impactar sobre un rango importante de personas y, pese a ocuparse de un tema de inagotable sufrimiento, resulta luminoso, generoso, tan humano…
Aunque, ¡claro!, ningún fruto cae lejos del árbol y semejante escritura proviene de semejante madre. Al inicio, ella considera que las palabras que le brotan son una “fuente de catarsis”. Es decir, un hontanar de donde emanarían, no una catarsis, sino quizás cientos o miles de ellas. La imagen que me aparece en la mente es la de una inconmensurable cantidad de dolor, aunque prefiero quedarme con la idea de que así fue liberando algo del primer sufrimiento que la ahogaba y, luego, provocando esa transformación interior que sólo los grandes experimentan cuando la vida los parte por la mitad o… eso creen. Con tal grandeza, justamente, la autora eligió salir por fin del cómodo sillón de su privacidad y, quizás temblando o sollozando, se dijo: “abro mis alas rotas y dejo ir este texto herido”. Intuyo que, al hacerlo, había superado ese primer tramo de camino donde “los ojos no lloran, sino que sirven para drenar un río interno de suplicio”: ojalá su llanto sea ahora, siempre, liberador y sanador.
Y aunque a veces “quedamos convertidos en un paquete con signos vitales, con la conciencia suspendida en el tiempo, intentando procesar la realidad”, es tan manifiesta su entereza que le duele el dolor de los otros, su propio dolor no la enceguece, se duplica: “me duele porque me duele a mí, y me duele porque les duele a ellos”.
Ignoro si fue su experiencia la que le inventó tanta sabiduría o si, simplemente, le despertó la que traía oculta en el cofre de su corazón. Lo cierto es que Indiana nunca olvidará que los seres humanos sentimos distinto, que las experiencias de abismo despiertan lo mejor y lo peor de las personas que nos rodean, pero, sobre todo y como le sucedió a ella, están “los que me sostuvieron, los que intentaron curarme, los que me cuidaron el sueño, los que lloraron conmigo y los que supieron respetar mis lágrimas a escondidas”. Hace también un conmovedor reconocimiento a Agustín, su esposo, confesando que “vamos por el mismo sendero (aun cuando lo transitamos por caminos y a ritmos diferentes), con las mismas dificultades, con el alma rota, con la inmensa soledad de ser uno; juntos”.
Su madurez incluye la necesidad de reinventarse, allí donde pensó que todo lo que era su esencia, su identidad y su virtud partió con la muerte de Mateo, y desea aferrarse a un pedacito de ella que pueda haberle quedado, porque ya no se reconoce. Dura tarea redefinirse, tratar de recuperar la visión del panorama hacia adelante, mediante la estrategia de tomarse cada día como venga, a veces doloroso y triste, aunque siempre bebiendo su vida como a sorbos, instante por instante, confiriéndole a cada uno de ellos la plenitud de su significado. ¡O significados! Así, por ejemplo, me parece que el capítulo “Del futuro” bien pudo llamarse “De la sabiduría” (al estilo de los grandes textos romanos).
Me impactó profundamente el apartado “No te deseo feliz Navidad ni año nuevo”. La sencillez de los deseos que allí propone, revela algo que anhelamos todos y es tan esquivo: la paz interior, la serenidad y fortaleza de espíritu, cuya construcción puede tomarnos toda una vida, sin garantías. En realidad, salvo la muerte, nada está garantizado a la fragilidad humana.
En el capítulo “Entidad” me pareció advertir, con gozoso asombro, cierta ontología de la naturaleza humana. Luego, hablando del imposible olvido, se pregunta “cómo lo suelto, si ya no lo tengo…”. Esta oración nos hiere como un cuchillo. Y nos deja perplejos su duda: “Qué sucede con tanto dolor y pena, tanto sin explicación, tanta vida contenida sin tener a dónde ir y toda esa energía fuera de curso…”
Admiro a la autora por su convicción cuando declara: “no le temo a nada”. Envidiable sentimiento, porque justamente es el miedo el que nos ata, nos ancla, nos resta belleza y valor a la vida. Ligera de este humano equipaje, sé que el tiempo la llevará a definir nuevos pasos y, aunque las cicatrices estén presentes y a veces duelan mucho, su nueva vida será luminosa. ¡Ya lo es! No escribe un texto como el presente quien está en las tinieblas o la oscuridad, aunque ellas vuelvan a veces. Y ocurre que las personas luminosas son como faros en la noche, destinados a marcar caminos para muchas otras personas. Me pregunto si su destino trágico no tendrá que ver precisamente con su misión en la vida, aunque sangre. Nadie nos prometió un jardín de rosas, pero sé que los humanos tenemos esta capacidad de germinar rosas incluso desde el lodo.
Indiana propone un sueño sobre la estrella:: afirmo que ese sueño es una realidad para su mente. En “El origen de las estrellas” construye un mecanismo poético y muy potente de defensa, que permite proyectarlo todo hacia un universo ignoto, pero a la vez cálido, aunque lo creamos frío.
La felicito por haber podido sublimar parte de su dolor en las poesías con que cierra su obra. Como allí asevera, “faltan cuentos y cantos. Sobran ecos”. No obstante, intuyo que a partir de ahora ella comenzará a acallar los ecos, a llenar su vida y el mundo de nuevos cuentos y cantos.
No quiero dejar de mencionar una de sus poesías, “Ha muerto mi niño”, verdadera pieza lírica de interpelación a la vida. Aunque también deseo responder a otra velada interpelación que en otro lugar le hace la autora: “Sólo anhelo que, si existe un ‘después’, un algo más allá de la muerte, para él no exista el tiempo, que no haya sentido la espera, para eso, demasiado con la nuestra”. A esto respondo que sí, que esté segura de una maravillosa vida después de nuestra partida, donde no sólo nos reencontraremos con todos nuestros amores, sino que también gozaremos de la ternura de Dios, de Jesús. Mientras tanto, en este planeta donde le tocó vivir, Indiana Hanne ya ha dejado una huella muy importante, que -no dudo- seguirá produciendo frutos allí donde nuestro Padre los necesite. Y, habiendo remendado bastante sus alas rotas, al dejar ir este texto ya no tan herido, nacerán para ella infinitos hijos espirituales, frutos de su desgarrada y lúcida escritura.
¡Gracias, Indiana!
Violeta Herrero
Buenos Aires, J. 25 de mayo, 2023