PRESENTACIÓN “SUBIENDO LA COLINA”

DE ANA MARÍA MALINOWSKI

De izquierda a derecha: Aída Issa de Maza, Violeta Herrero y Ana María Malinowski, autora del libro.

INTRODUCCIÓN

Buenas tardes y bienvenidos, amigas y amigos.

En primer término, deseo agradecer a la autora del libro que ahora nos ocupa, pues su pedido de presentación de la obra me halagó. ¡Gracias, Ana María!

COMENCEMOS POR LA AUTORA

Es porteña, nació el primero de febrero de 1952, vive en Salta desde mayo de 2011: ya es un poco nuestra.

Ana María tiene formación docente y Subiendo la colina es su opera prima, cuya confección le llevó poco más de dos años, convenientemente salpicados por inevitables y bienvenidos bloqueos emocionales.

Tras su lectura, tengo la impresión de que la comprometida tarea de recopilación y escritura de la historia familiar que ella asumió, encuentra su verdadera fuente en dos situaciones: la estrecha relación con Babcia, la abuela materna, cuya partida al cielo presintió a sus once años. Y el duelo suspendido que sufrimos todos los descendientes de inmigrantes, que sólo se cura con el regreso a la patria de origen, para conocer el lugar del que los ancestros partieron. Aparentemente, este retorno cierra el círculo abierto por la migración familiar.

A su vez, sin duda, mucho tuvo que ver la personalidad de Babcia (Elena), quien nunca se amilanaba y sabía vencer cada desafío del mejor modo posible, además de que no sentía cargas ni culpas al transmitir sus experiencias. De hecho, ella fue la que le relató mucho de lo que Ana María vuelca aquí.

El nacimiento de esta obra ha plenificado, sin dudas, a su autora. Ella se define como profundamente emocionada y siente que, desde que decidió emprender esta escritura, sus antepasados la ayudaron desde el cielo; me dijo: “las puertas del cielo se me abrieron”.

SU MAJESTAD, EL LIBRO “SUBIENDO LA COLINA-REMEMBRANZA”

Leyendo esta obra lentamente, pensaba en ella bajo el nombre de novela. Preguntándome por qué motivo esta crónica se me presentaba así, advertí que posee una estructura con introducción, desarrollo y desenlace, y una exquisita urdimbre de hechos históricos con sentimientos, valores y nostalgia.

Pero para ser objetiva, entiendo que estamos frente a una verdadera crónica, aunque crónica novelada. En efecto, nuestra autora ha sido precisa en la descripción de los hechos y su ubicación en tiempo y lugar. Pero, además, ella misma nos alcanza el propósito del libro: establecer una remembranza, la recordación de algo que ocurrió en el pasado y forma parte de la memoria, o sea, se trata de un homenaje de ella a sus ancestros.

Me atrapó el título y pregunté sobre él a su autora, quien me dijo que al ponerlo pensaba en la colina de Wawel, que se encuentra en Cracovia y desde donde se observa la ciudad y el castillo del mismo nombre. Me sorprendió la luminosidad de sus imágenes, ya que para mí el título poseía otro sentido, que manifestaré citando a Alicia Dujovne Ortiz (“Al que se va”, Libros del Zorzal, Bs. As., 2002, p.78) cuando habla de la experiencia del inmigrante: “Hay algo juvenil y alborozado en esa aspiración a avanzar, que recuerda la situación experimentada cuando subimos la cuesta de una montaña: como si fuera el camino mismo el que nos absorbiera hacia arriba. […] Apostar al triunfo es su única salida. Fuera de avanzar y subir no le queda otra opción.”

Disfruté el manejo de la gramática, la redacción y el vocabulario de la obra, en un momento donde se asesina salvajemente a nuestro idioma. También disfruté los epígrafes que salpican el texto.

La autora trabaja en forma dinámica los planos temporales y amasa de una manera equilibrada los datos objetivos con la historia familiar y la interpretación de los sentimientos y emociones de sus antepasados.

Me llamó la atención el modo en que rescata las sensaciones que despiertan la emotividad y la memoria de los protagonistas: descripción de paisajes, sabores, olores, sonidos, colores, músicas…

Otras dos cosas me impactaron en especial: la dedicatoria, donde recuerda a hijos, nietos y demás familiares (entiendo que los actuales), y la solidez de su idea sobre el esfuerzo que los familiares polacos invirtieron en crear la nación argentina (obviamente, nación como patria y no en su significado político). Ambos datos me sugieren que la autora agradece su presente y mira hacia adelante, honrando el pasado de sus dos familias polacas.

A través de tres partes, una colección de fotografías y una lámina con el árbol genealógico, Ana María Malinowski nos ofrece un relato pregnado de emociones y sentimientos, donde vamos a encontrar decisiones dolorosas tomadas en nombre de las despiadadas leyes de la necesidad y anécdotas a veces tiernas, a veces tristes, a veces sorprendentes.

Revela duros secretos familiares; la emigración de abuela Elena y sus padres, larga y complicada hasta llegar a la Argentina; las mil peripecias que sufrieron al llegar sin conocer el idioma, desde estafas hasta robos e inundaciones; la muerte de hijitos de Babcia; el largo viaje de su padre, Bronislaw Malinowski, a través de nuestra mesopotamia, para llegar al seminario cuando tenía sólo doce años; la poliomielitis de la pequeña Ana y el posterior balazo en su piernita sana; los innumerables sacrificios y también logros de todas estas personas.

Encontramos en el texto algunos valores que traían, como por ejemplo el coraje de no descansar en supuestas certezas sino en la lucha diaria, y los que transmitió Elena Pniaczyk o Babcia a su descendencia. Cito a la autora, página 136: “Sus antepasados habían estado al lado del poder, de la élite polaca en pos de ambiciones casi desmedidas, que para ella solo le habían traído desdichas. Transmitió a sus hijos, a través de sus actitudes más que con dichos, que la felicidad está adentro de uno mismo, cultivando valores que no pueden ser evaluados materialmente, sino con un actuar positivo, que realmente los haga “sentir bien” y “vivir bien”, única fuente de plenitud que da sentido a la vida. Nadie entendería su proceder, pero no la preocupaba. No tendrían por qué saber el motivo que la impulsaba a despegarse de todo aquello. ¿Para qué? Fue suficiente lo que enfrentó junto a sus padres antes y luego de emigrar de Polonia. / Tal vez, al perder a su padre, en su inconsciente albergó la idea de superar la opacidad de la innecesaria opulencia…Hallo aquí delineados un par de valores que trajeron los inmigrantes o, a la fuerza, debieron construir aquí. Valores que hoy nuestro país necesita desesperadamente y son la frugalidad y la sobriedad. También conservaron sus valores religiosos: invito a leer pp. 53/54. Y, definitivamente, desarrollaron la resiliencia.

Recomiendo especialmente la lectura del hermoso capítulo “Tango del 900”, pp. 55/57,  y el de pp. 91/98, sobre su tío Enrique Sterzel.

UN FENÓMENO REPETIDO

Antes de cerrar esta presentación, me veo obligada a detenerme sobre un aspecto cuya consideración se impone al leer “Subiendo la colina”, y es el de las migraciones, siendo la de los polacos una parte muy importante de la que se llamó Gran Emigración Europea (fines siglo XIX hasta fines década de 1920). La migración es una realidad que pertenece a la condición humana.

La raza de los hombres vive en la ambivalencia entre el árbol y la barca, tironeada por su deseo y necesidad de raíces, de pertenecer, y por el sueño eterno de buscar otros horizontes. Cuando la elección de  “su” lugar es de la persona, ella es feliz; cuando la necesidad se le impone, seguramente aparecen la oscuridad y el sufrimiento en su vida.

La familia materna de Ana María decidió emigrar porque sus bisabuelos quisieron proteger la reputación familiar. Hoy, las cosas hubieran sido tal vez diferentes, ese valor ya no posee la antigua rigidez. Mas dado que los hechos sólo pueden ser comprendidas en contexto, creo que debió ser inmenso el sufrimiento familiar previo a tomar la decisión. La buena noticia es que la emigración decidida evitó a la familia sufrir los horrores de la guerra.

El grupo familiar paterno, a su vez, huyó porque en Europa ya corrían vientos de guerra.

Migrar (emigrar e inmigrar) por necesidad representa una condición extrema y cruel, llena de cobardía y asimismo de muchísimo coraje. De algún modo, partir siempre involucra morir un poco, vivir un poco y nacer de nuevo. Significa llegar a algún lado físico en alguna fecha del calendario, pero con la impresión, durante mucho tiempo, de que siempre se está yendo, nunca llegando. Significa, a veces, un profundo dolor ante la frustración de la necesidad de pertenencia, ante el atentado contra la identidad cuando se alteran los nombres y apellidos originales, hasta que se habla pasablemente bien el nuevo idioma, se siente más temperatura de vida cotidiana y, definitivamente, menos ajenidad en el sitio nuevo. Creo que recién entonces se siente haber llegado.

Ana María vivió en su niñez el milagro del amor familiar, las danzas y comidas típicas de Polonia: esto generó ese estado de ánimo que nos llena de endorfinas y de alegría el rostro y el cuerpo y que se puede transmitir como una maravillosa y mágica corriente de vida a las siguientes generaciones.

No voy ahora a contarles el libro, porque quiero que lo compren y lean ustedes mismos, para sentir ese hormigueo espiritual llamado a conectarnos a todos los seres humanos. El libro se deja leer fácilmente, incluso para sorprendernos con ciertas anécdotas, algunas de ellas indignantes, como, por ejemplo, la historia de la boda de Babcia, a los 13 años, para protegerla, y la historia de Anita, cuya pierna sana tras la poliomielitis que la afectó, fue baleada por razones que hoy denominamos de género, por el machismo reinante y que causara (y aún causa) tanto dolor sobre todo a aquellas mujeres menos empoderadas que las de hoy. Encontrarán también el pormenorizado relato del viaje de Bronislao, padre de la autora.

En fin, es una obra que ameritará su comentario y debate en muchos foros, comenzando por el hogar. Pienso que las familias Matwiczyk/Pniaczyk y Malinowski /Aloksa cumplieron con su destino y, este libro, con su propósito.

CONCLUSIÓN:

“Subiendo la colina” removió en mí emociones diversas, porque también tres de mis abuelos nacieron en España y llegaron a nuestro amado país en busca de un destino menos doloroso. Así que vivencié estas experiencias de subir la colina desde una perspectiva de total comprensión.

También encontré, una vez más, la evidencia de que la historia se origina en los sentimientos de las personas: allí nace lo político, lo histórico, lo social.

 Por fin, es posible que el desprendimiento de la patria duela menos a partir del aferramiento a la nueva tierra. Hablamos, pura y simplemente, de nuestra condición humana: así somos.

Dice Ana María en página 107, que durante la Primera Guerra no tuvieron noticias de Polonia. Cito: “Nunca más se tuvieron noticias. El vínculo con nuestro clan familiar desapareció para siempre.”  Por eso mismo y pese a todo, celebro que Ana María Malinowski nos muestre con esta obra nuevas ventanas de esperanza, nuevas perspectivas sobre la vida, el camino que ella y sus descendientes seguirán marcando con amor, con música, con bailes.

Y le deseo la posibilidad cierta de volver a Polonia, a cerrar el círculo abierto por sus añoradas familias.

MUCHAS GRACIAS

Violeta Herrero

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