¿Será que en algún lugar del universo… un cordero se comió a una flor?

Por esas cosas de la vida y de la muerte, en 2013 heredé un libro llamado La dialéctica de “El Principito”, de Edward J. Capestany. Enamorada de El Principito de Saint-Exupéry desde mis 8, casi 9 años, coqueteé con el libro heredado durante una década, pero nunca pude sentarme a leerlo y esa larga espera activó mi interés, pensando que sumergirme en él me haría inmensamente feliz. Lo leí, por fin, en la última semana de 2023. Y contra lo que soñaba, noté que no me resultaba fácil y, de hecho, cada tanto tuve que entrar en el texto de 1967 (el cual, por eso del amor a ciertas lecturas, conservo en mi biblioteca, sano y bueno). Cuando terminé la Dialéctica, releí el de Saint-Exupéry. 

Sintiéndome incómoda con la lectura de Capestany (¿nunca se sintieron así, leyendo una obra?), decidí investigar al autor: resultó haber nacido en Cuba, el 13 de octubre de 1928, y muerto en Washington, el 11 de setiembre de 2016. La Dialéctica… fue editada el 25 de febrero de 1975 y dicha edición corresponde al libro que leí y cuya foto muestro. 

La Dialéctica… fue editada el 25 de febrero de 1975 y dicha edición corresponde al libro que leí y cuya foto muestro. 

En realidad, esperaba otro tipo de libro, tal vez tan misterioso y romántico como El Principito. Sin embargo, rechacé la tentación de sentirme decepcionada, al entender que el autor fue siempre un estudioso (Filosofía Medieval, Filosofía Política, Lenguas Clásicas) y docente de diversas universidades de los Estados Unidos. Entonces, ¿cómo no encontrar en la obra referencias permanentes a Platón, Aristóteles, el Aquinate y otros, y a ciertos psicólogos como William James o Viktor Frankl (médico el último, en realidad)? 

Aunque no soy filósofa, creo haber entendido que lo dialéctico que él encontró en la obra francesa es que el autor tomó la realidad objetiva y el significado de las palabras como un paso para llegar a realidades trascendentales o ideas del mundo inteligible (dialéctica platónica). En la página 65, Capestany dice, textual: “Aunque apunte a lo sobrenatural, el libro de Saint-Exupéry se queda en un naturalismo sin fe. Su manera de contemplar lo esencial tendrá, pues, que quedarse en una contemplación natural. Su amistad no logrará los quilates de la caridad, pues olvidó a aquel verdadero Príncipe de la Paz que bajó a este mundo para enseñarnos la lección de amor y el que nos hiciésemos niños para entrar al Reino de los Cielos” (negrita añadida). Allí me asaltó una pregunta: ¿Es realmente así? Me respondí: Quizás sí, para muchos, pero estoy segura de que no para mí, que lo estoy evaluando desde mi perspectiva infantil e intuitiva y desde mi pensamiento mágico y espiritual.


El Principito, edición 1967, de mi biblioteca


No encontré en Internet otras ediciones publicadas del filósofo cubano / estadounidense; puede ser que no hicieran falta. Tal vez los lectores de El Principito (que no ha dejado de editarse desde 1943) hayamos encontrado en esa lectura al ser maravilloso que todos necesitamos, de una espiritualidad que nos colma el alma y nos llena de cierta maravilla muy útil para salir a vivir cada día, sin necesidad de interpretaciones dialécticas que pudieran quitarle su brillo…

Para Capestany, el libro analizado tiene la naturaleza de un “mito de esencia trágica y no utópica” (página 72 de la única edición) porque enfrenta el mundo y la condición humana como son y pretende ofrecer un mensaje salvífico. Concluye atribuyendo el naturalismo sin fe de Saint-Exupéry a su falta de fe religiosa. 


Realmente no soy un gran príncipe…”. Y, tendido sobre la hierba, lloró.”

Página 64


Sin embargo, no es raro que personas sin fe nos empujen a ella, que Dios elija a cualquiera para transmitir su mensaje. Pues el contenido de la obra -pequeños momentos que forman un gran mensaje humano– indica madurez emocional y moral, amén de la ternura que notamos en los sentimientos del aviador, provocados por el desconocido niño del desierto. Y hay una crítica clara a ciertos hombres: a los que mueren por el poder, por el dinero, por la fama (aquello que no es esencial e invisible a los ojos). Yo creo captar un verdadero mensaje divino en Saint-Exupéry.

El aviador dice que el desierto es bello: no se ve ni oye nada y, sin embargo, “algo resplandece en el silencio” (página 78 de El Principito, edición 1967, mi biblioteca). A lo que le petit prince contesta: “Lo que embellece al desierto… es que esconde un pozo en cualquier parte…”. Ante la sostenida búsqueda de agua de ambos en el desierto, me es inevitable recordar el episodio evangélico en el pueblo de Sicar, cuando Jesús conversa con la samaritana junto al pozo de Jacob y le pide agua (Juan 4: 5-29). El impacto está en la frase del Mesías: “Cualquiera que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le dé, no volverá a tener sed jamás, porque dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna” .

Cuando terminé de leer El Principito por primera vez, pregunté a mi mamá si el pequeño personaje era el Niño Dios. Casi seis décadas después, supongo que la idea no era mía sino inducida por el autor. Por ello (aunque podría llegar a cambiar de idea), creo que es una obra llena de fe. O, tal vez mejor, me parece llena de fe…

Agradezco al autor cubano las reflexiones que su lectura me procuró, aunque confieso que pretendía desbrozar algo del misterio de aquel hermoso libro infantil para adultos leyendo el de Capestany; sin embargo, no me respondió si el principito era el Niño Dios o no. Por eso pido a mis lectores que, más allá de cualquier polémica, me digan -si lo saben- si el principito es Jesús-Niño… 

¡¡De lo que estoy segura, segura,

es de que, en ningún lugar del universo,

un cordero se comió a una flor!!

L. 15, Ma. 16, J 18-01-2024

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